laurita


Música para una película de Woody Allen by indivisual
28 noviembre, 2007, 12:47 am
Filed under: Diario ilustrado

Mujeres
Piensa Lucas en su abuelo Pablo como si aún siguiera delante de la mesa con las piezas de ajedrez preparadas, él las blancas. Lo recuerda casi como se recuerdan las cosas que nunca sucedieron pero que uno se imagina con tanto empeño que cuando luego las cuenta tiene que tener cuidado para que no se escape la lagrimita contenida como de un grifo mal cerrado. Lo recuerda sentado en la cocina sin contestar a ninguna de las preguntas que le van haciendo los que entran a hurtadillas a por la galletita, como si nadie los viera, como sabiendo que él no les va a delatar cuando la abuela Teresa pregunte y por eso, ¿Cómo andas, viejo? (galletita), Me dijeron que ya vendiste los caballos (galletita), ¿Mejor esa pierna? (galletita), hasta que dan las seis y él se levanta a encender la radio y mientras escucha una ranchera de Javier Solís dice, Hay que zurcirse los pantalones, señorita, y se lo dice a la prima de Lucas que se llama Sarah, como su madre, y que ha pasado todos sus vaqueros por las tijeras como quien pasa las pechugas de pollo por el pan rallado antes de echarlas a la sartén, y todos saben que ya no va a volver a decir nada hasta las diez pero no por eso dejan de preguntarle por la pierna y los caballos y él sentado preparado para mover el peón y Javier Solís desgarrándose y su pie ya tartamudo moviéndose como siempre, como quien escucha Benny Goodman, vete tú a saber por qué, y dan las diez y a contar la historia como si cada noche hubiera un desconocido, un visitante quizá, alguien que aún no sabe de qué color es el mantel de la mesa grande del salón. Que no me importa, si a mí siempre me han gustado más las niñas, no me malinterpreten, para ser padre, digo, que eso de Que sea varón, que sea varón, no lo rezaba yo, ni eso ni otras plegarias, que nunca me regalaron nada y para qué iba a tener yo que ir pidiendo, ni espíritu santo ni ángeles ni pamplinas crucificadas, pero seis hijas, seis, y entonces sí quería cortarles el pelo y alguna que otra tontería, y luego los novios y con ellos los zapatos de tacón, los pintalabios, y las llamadas intempestivas al telefonillo cuando ya todos estábamos en la cama, los gritos, Has empezado tú, No, tú dijiste eso primero, No, no, eso yo lo dije por lo que habías dicho tú antes, etcétera, y entonces la bata, las zapatillas, el malhumor, Qué es este gallinero, Disculpe, señor, si yo solo, Déjalo, papá, si es que, Tú a la cama, señorita, Pero papá si, Pamplinas, y usted a su casa, Pero señor, ¡Vamos, vamos!, portazo y lloriqueos y él a no poder dormirse con ese insomnio insoportable desde que leyó Proust, maldito, en qué momento, y de ahí a recordar cuando la barriga grande, las barrigas grandes, ¡seis!, y eso sí que eran berridos y no los de Bessie ahora. Bessie, la primera, y Teresa con dolor de espalda y sudando cada tres pasos como una balanza desnivelada y Tráeme un vasito de agua, Mujer eso se quita con una copita, un coñac, un martini, un, Calla y tráeme un vaso de agua y dile a mi hermana que esta noche va a nacer, ¿Esta noche?, cariño, pero si, ¡El agua!, y luego el hospital y las enfermeras con su traje de enfermeras, y las flores y los bombones y Ay qué guapa, Pero si es niña, ¿Y el nombre, habéis pensado ya el nombre?, mirada cómplice de Teresa, con una mueca que se parece a una sonrisa pero de pronto se vuelve como una patada en los riñones, voz suave que intenta decir Maria y entonces yo, Bessie, se llama Bessie, y Teresa que se desmaya y otra vez las enfermeras con su traje de enfermeras y la hermana, Pero Pablo, cómo se te ocurre, y más flores y más bombones y la niña que se llama Bessie como Bessie Smith, qué felicidad. Las otras llegaron luego como se llega a la meta en las carreras de cien metros liso, casi sin poder contar las décimas de segundos de distancia que separan a una de la otra, y Teresa engordando y cada vez con más ojeras pero las enfermeras siempre con el mismo traje y las flores y los bombones siempre los mismos, la misma hermana cada vez más vieja y la voz de sorpresa, Una niña, y luego la voz calmada, Ay, otra niña, y luego casi inquietante, Vaya, otra más, y ahí los puntos suspensivos y a mí que no me importa, que siempre me han gustado más las niñas, y la cara de Teresa mirándome aterrorizada cuando preguntan por el nombre, y ella ya sin fuerzas de decir Carmen, Rosario, Bárbara o Caridad porque ya sabía que yo Billie, Sarah, Ella y Nina. Y así pasan años y suspiros, Teresa alisando rizos, zurciendo descosidos, calentando sopas, y siempre, Inma, por qué no se habrá llamado alguna Inma, aunque sólo fuera una… o al menos Pilar, o Fátima, qué sé yo, y por fin Teresa que vuelve otra vez del baño y me mira y yo ya sé y ella sabe que no necesita decirme nada y es la que llega detrás del pelotón, y yo a celebrarlo con un coñac y luego con un martini y en el bar, A ver si hay suerte, Por fin el niño, Pablo, Esta vez sí, vamos a brindar, y yo brindando y luego en el camino los ojos cerrados, Niña, niña, niña y otra vez niña pero esta vez Teresa me mira con cara de jabalí, como sacando fuerzas del entresuelo, como el que se despierta sin haber dormido, como si la herida de muerte le diera poder para poder matarme, Mi hermana irá al censo, dice y respira porque no puede más y parece que se muere, Cálmese señora, así, eso, Tumbada, y ella que vuelve a incorporarse, Ésta se llamará Guadalupe o te juro me la pagas, y yo al taxi, A prisa, al Ayuntamiento, atasco, sudores, vamos, vamos, y ahí el abuelo Pablo se para en su historia porque el final sólo lo sabe Lucas y por eso lo mira como cuando mira al que entró para comerse las galletitas y aún así no va a delatarlo, que él llegó antes que la nuera, que la tía Lupe se llama en verdad Betty como Betty Carter, qué felicidad.


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